COVID19: Lo que nos ha enseñado la sorpresa de Jesús cercano - Francisco Cano

Ecos de la Semana Santa: lo que nos ha enseñado la sorpresa de Jesús cercano, amándonos. Nos pedimos rezarla.

Pasada la Semana Santa ahora nos toca contemplar el triunfo del ajusticiado, Resucitado y Glorioso, presentándonos su costado abierto, sus llagas en las manos y en los pies, que las conserva, no han sido eliminadas de su Cuerpo transformado por la Resurrección.

Hemos orado ante la tumba si merecía la pena este intento de fraternidad y seguimiento envuelto en tantas dificultades y contradicciones. Hoy sé que la fe concede vitalidad, y la fuerza necesaria, para permanecer en la búsqueda. Estábamos en espera de la sorpresa y ya se ha dado.

Hemos contemplado que ante la tumba todo está muerto, y que las tumbas que nosotros fabricamos no son otra cosa que el signo de aquellos que te quieren seguir teniendo muerto y fracasado para siempre: estos somos los que no tenemos esperanza y llevamos desesperación por la vida; somos los que no queremos seguirte en la cruz y en la oscuridad de la crisis; somos los que no somos capaces de descubrir la enorme distancia entre tu amor entregado, como llamada e invitación, y la propia realidad atrapada en la miseria y debilidad. Y hemos escuchado: «¡Levántate, tú que duermes, y Cristo será tu luz!».

Esperar es duro, y en esa espera me tienta el aguijón de la muerte, y entonces, como hoy, algunos abandonan. La tentación de la impaciencia, del descorazonamiento y el dejarse morir aparece con toda su fuerza. Sí, el dejarme morir cuando renuncio a optar, a mantener la tensión por configurar cotidianamente mi vida a la medida de mi vocación, para acabar sucumbiendo a la dinámica de la muerte y estar muerto estando vivo: he perdido la alegría, mi rostro manifiesta muerte, reduciendo mi vocación a la medida de mi psicología.

Pero, ante estas tumbas y las que vengan, te escuchamos: «El que encuentre su vida la perderá y el que pierda su vida la encontrará» (Mt 10,37-42; Lc 9,22-27). Solamente la distancia hecha vocación, en la obediencia a tu amor, tiene la fuerza de hacerme salir de mí mismo, puede apoderarse de mí y rescatarme de la ciudadela de muerte que hay en mí.

Cristo se nos presenta glorioso con el triunfo que no olvida el sufrimiento: sus llagas. Y ahí contemplamos que el sufrimiento en Ti tiene sentido, cuando nos vincula y congrega, cuando la pasión con el que sufre se torna cercanía y ternura.

¿Qué nos pasa? Que ante el dolor huimos y tratamos de escondernos; ante la inseguridad nos camuflamos y damos razones para abandonar. No sabemos curar y limpiar, porque no hemos aprendido a dejar que nos curen y nos limpien.

Hoy, Cristo Glorioso con sus llagas como trofeo, me dice que también he de vivir un renacer de Él en mis entrañas; pero antes he de asumir la dulce tarea que me hace ser hermano: acariciar y curar las llagas de tus pies y de tus manos y contemplar tu costado abierto en la historia de los hombres maltratados: «Venid a Galilea, allí el Señor aguarda».

Curar la agresividad que ha horadado, como un clavo, tus manos, para nacer a la mansedumbre por el abandono de mí, de mi orgullo. Resucitar desde la llaga de tus manos a la dulzura; la dulzura nace de la paz interior y de la renuncia a mis pretensiones.

Perderse. Sólo en el momento de perderse, en el momento de la aceptación total de mí y de los otros, en el momento de asumir el dolor y el conflicto como sustrato de salvación y espacio de misericordia, el amor se libera de la agresividad y nace la mansedumbre.

El signo de este amor liberado es una serenidad fuerte y humilde, que está muy lejos de la seguridad y la autosuficiencia y, a la vez, de la desesperación y la duda. Es la paz en la fe la que me libera de vivir a la defensiva.

Contemplar tu cuerpo glorioso y resucitado me hace liberarme del miedo que te ha clavado en la cruz. Estoy demasiado aferrado a la necesidad de dominar el terreno para poder caminar. Me da miedo perder mi personaje y por ello prefiero no equivocarme. Necesito resucitar desde las llagas al amor loco de tu audacia. Necesito arriesgar mi vida y volver a caminar hacia el futuro, pues corro el riesgo de estar viviendo sólo del pasado. Contemplamos el Cuerpo Resucitado, porque en el transcurso de los tiempos han ido surgiendo los ídolos: la búsqueda del poder, el deseo de seguridad, de sentirme superior, juzgo a los demás con demasiada frecuencia, anhelo la tranquilidad…, ídolos que me han empequeñecido el corazón frente a los hermanos haciéndome ruin.

Al contemplarte siento la urgencia de volver, de acercarme, de recuperar la dimensión itinerante de mi vida, de volver a colocarme bajo tu mirada para que mi corazón se altere y recupere el latido marcado por el ritmo de la necesidad de mis hermanos que me esperan, porque los pobres, su abandono, me llama y solo no lo podré hacer.

Si contemplo tu costado traspasado, encuentro el rostro y el ser auténtico de la comunidad (la Iglesia nació del costado de Cristo). Una comunidad sellada en la Alianza de la sangre derramada y renovada permanentemente por el agua del servicio y de la entrega. Una comunidad por el amor a los pobres, traspasada por tu amor crucificado. Aquí no hay ideologías. Lo que hay es una comunidad de siervos frente al poder, una comunidad de corazón abierto, asentada en la oración, construida en los valores por los que tú mueres, recuperada en la perseverancia y fidelidad a cada hermano, redimida en la sabiduría de la cruz, convertida a la misericordia, que aprende a vivir para el perdón y la compasión. Hemos aprendido, recordado, que tu comunidad, desde la contemplación de tu costado abierto, nos hace comunidad

Nos sentimos convocados a recuperar nuestra identidad comunitaria desde tu costado abierto, costado que es convocatoria abierta de amor; lugar de espacio para la fraternidad tierna e interpelante; ámbito donde la alegría se hace fecunda y los cansancios se recuperan en tu corazón abierto, referencia donde templar el corazón, recuperar la esperanza, pacificar la angustia y renovar el envío a todos los caminos. «Id a Galilea –Galilea de los gentiles–, allí me encontraréis».

Con un abrazo profundo a todos los hermanos y hermanas. Esta reflexión, fruto de nuestro Triduo Pascual que hemos celebrado de forma especial, ha sido una gracia del amor misericordioso de Dios nuestro Padre. La recibimos agradecidos, con humildad y agradecimiento profundo.

Vuestro hermano Francisco.