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COVID19: Creer en Dios, como un hombre - Antonio Calvo Orcal

Hoy, más que nunca, creo en la resurrección. Hoy, empapado por el sufrimiento y la indignación que me causa el compadecer a amigos a los que las circunstancias tremendas que estamos viviendo les han separado para siempre, sin un abrazo, de sus madres. Hoy, que la distancia aparente y lejana que, en la comodidad de la vida cotidiana nos contamos, entre la vida y la muerte, ha desaparecido de golpe y, en cualquier momento, la muerte de un ser querido, o la tuya, puede llamar a la puerta, dando igual que te hagas el sordo. Hoy necesito creer en la resurrección. Y, sin embargo, no puedo soportar la predicación milagrera, ni su envoltura estética, que me cae encima como un tarro de miel lanzado, que me chorrea y me pringa molestamente el alma. Hoy, más que nunca, necesito creer razonablemente en la vida infinita y plena. He vuelto a releer los relatos de la Resurrección y de las Apariciones, he vuelto a conversar con Andrés Torres Queiruga y con Antonio Piñero, y he vuelto a encontrar magníficas razones para la esperanza, pero ninguna para ilusiones. Todo me devuelve al aquí y su deber de amor y de agradecimiento, mientras dure la mortalidad, sin más seguridades que la confianza en que exista ese Dios Amor en el que creía Jesús. Su confianza en Él fue su única seguridad, su única fuerza para enfrentar una manera de finalizar su vida tan horrible. «A Jesús no se le pasó jamás por la cabeza considerarse divino en modo alguno». 1

En relación a la resurrección de Jesús, «la verdadera resurrección, significa un cambio radical en la existencia, en el modo mismo de ser: un modo trascendente, que supone la comunión plena con Dios y escapa por definición a las leyes que rigen las relaciones y las experiencias en el mundo empírico (…) no puede calificarse de hecho histórico (…) tomado en toda su seriedad el carácter trascendente de la resurrección, la permanencia o no del cadáver pierde su relevancia (…) lo que en el fondo, y con toda legitimidad, pretende salvaguardar la tradición de la tumba vacía es la identidad del resucitado (…) parece claro que la preservación de la identidad ha de buscarse en el ámbito de categorías estrictamente personales. Lo fundamental es que la identidad se construye en el cuerpo, pero no se identifica con él. Se conserva en la personalidad que en él y desde él se ha ido realizando. El cómo sucede esto constituye, sin duda, un oscurísimo misterio, puesto que, por definición, está más allá de las leyes mundanas. (…) dentro de la irreductible oscuridad del misterio, todo cobra coherencia cuando se piensa la muerte como un tránsito, como “un nuevo nacimiento”, en el que la persona “muere hacia el interior de Dios”. Morir es ya resucitar, resurrección en la muerte».2

Jesús siempre será el primogénito, el que con su testimonio hizo posible que toda una tradición milenaria, en la que ya se creía en un Dios Justo Creador de la vida, no de la muerte, diese el salto definitivo hacia la confianza en Dios por el asombroso testimonio del nazareno. Lo que Jesús dijo, cómo lo dijo y cómo lo vivió le llevó a la muerte; pero al resto de la humanidad, por el testimonio de los que creyeron en él, que sintieron con claridad que ese hombre seguía vivo, nos llevó a poder esperar la vida plena.

No echemos tarros de miel sobre su durísimo testimonio. Lo que él vivió como un hombre, lo creyó como un hombre. Por eso es un ejemplo y yo puedo creer en poder vivir una vida así. Esta vida mortal no es un trago fácil, acabamos muriendo y, casi siempre, de forma muy penosa. Si queremos ser capaces de sentir y proclamar la alegría y la esperanza en la noche oscura de la tristeza y sufrimiento, habrá que estar dispuesto a andar el único camino que lleva a ese prodigio.

Antonio Calvo Orcal, día de Resurrección del 2020

1 Antonio Piñero. Guía para entender el Nuevo Testamento. Trotta. Madrid, 2006 , p.204. y A. Piñero. Aproximación al Jesús histórico. Trotta. Madrid, 2018. P. 302

2 Andrés Torres Queiruga. Repensar la resurrección. Trotta. Madrid, 2003. (pp. 314-317)