COVID19: Apuntes de un diario. 3 de abril - Manuel Pecellín

Ayer me comunicaban y después leí en la prensa la muerte de otro escritor, destrozado por el coronavirus: Fernando Flores del Manzano, a quien tuve el honor de conocer. Nacido en Cabezuela del Valle (1950), a las comarcas de la Vera y del Jerte, su historia, etnografía, paisaje y paisanaje dedicó casi todos sus libros. Catedrático de Instituto, el doctor Flores no desdeñaría la creación literaria. Precisamente no ha mucho había aparecido otra de sus novelas, República, siempre república (Teruel, Muñoz Moya Editores, 2019).

Salvador Cavo me había enviado, con el ruego de que la remitiese a HOY, para su publicación en el suplemento cultural “Trazos” de dicho periódico, la reseña siguiente, que con su permiso reproduzco:

“El protagonista, un joven opositor (de oposiciones al Registro) se debate en cuitas amoroso-sensuales entre la capital y su pueblo, el de su familia. Allí encuentra, en un verano, el texto de su difunto padre que cuenta (primera persona) su viaje a Francia allá por los años sesenta. El protagonista, Suso, lee las memorias de su padre, Jesús.

La verdad por delante. Flores del Manzano es ya un narrador excelente. Su historia doble se lee “a la maravilla fiel” y no se pierde nunca el ritmo ni el “tempo” de ambas historias, amenas e interesantes. El verano en el pueblo del protagonista nos recuerda a algunos los veranos pasados en nuestras raíces allá en aquellos años de finales del siglo pasado. Francia, Burdeos, París, el autor nos conduce magníficamente por el país vecino y sus ambientes, turbios, tristes, arrabalescos, del Burdeos portuario al París luminoso, extravagante, bohemio y a la postre fantástico. Pero…

Dos asuntos han enmarañado, un tanto, esta agradable historia doble. 1/ El excesivo uso de palabras malsonantes, escatológicas y a la par vulgares: los tacos. Si en el lenguaje oral el taco lo aceptamos sin titubeos, en el lenguaje escrito desagrada profundamente. 2/ La intensa carga socio-política que rezuma el relato. Hoy día el binomio republicanos (buenos) y franquistas (malos) cansa ya, agota y exaspera al lector que no se somete a aquella máxima de que “hay que tomar partido hasta mancharse”. Es así: Muchos lectores se sentirán confortados rememorando aquellos tiempos de contestación, de idealismo clandestino y de exaltación de los valores de los que hubieron de salir al extranjero al acabar la contienda; pero no pocos podrán sentirse molestos, ofendidos y enfadados por el pertinaz acoso al que hoy se ven sometidos. Ya saben: “Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios…”

Si obviamos esos dos inconvenientes, he aquí una novelita excelente que nos descubre por segunda vez –la primera fue aquella magnífica historia de amor y guerra, El pañuelo del coronel Rosales– la ágil pluma de nuestro admirado amigo Fernando Flores del Manzano. Y como le comentamos: ¡Qué lástima de desafortunado título! Que está justificado y explicado cuando leemos esta historia, pero que de buenas a primeras el lector monárquico absolutista, parlamentario o como Dios le dé a entender, dirá seguramente que adónde vamos a parar con tamaña proclama. Esperamos que no sea así y que unos y otros disfruten de esta estupenda novela, tal nosotros lo hemos hecho.”

Como secretario de la R. Academia de Extremadura, envío a todos los miembros la siguiente nota: “Lamento comunicarles que el día 1-IV, falleció D. Fernando Flores del Manzano. Nacido en Cabezuela del Valle (1950), a las comarcas de la Vera y del Jerte, su historia, etnografía, paisaje y paisanaje dedicó casi todos sus libros, una larga treintena. Catedrático de Instituto, el doctor Flores no desdeñaría la creación literaria. Precisamente no ha mucho había aparecido otra de sus novelas, República, siempre república (Teruel, Muñoz Moya Editores, 2019). A requerimiento de la Asociación cultural Pedro Trejo, una calle de Plasencia, donde residía, llevará el nombre de este valioso autor, elegido correspondiente de la RAEX el 27 de junio de 2009”.

He salido a tirar la basura, discriminada (orgánica, vidrios, plásticos, papel) para los respectivos contenedores ubicados en la plaza que lleva mi nombre. No vi ni me crucé con nadie. Impresiona esta soledad. Afortunadamente una nota de color y olores enriquecía el ambiente: han florecido los cinamomos de las aceras. Se trata de un árbol grande, que abunda en las calles de Badajoz, aunque castiga a los alérgicos. Lo llaman también “olivo de Bohemia” o “árbol del edén” y su nombre científico es melia azedarah, que a mí me parece combinación de un término griego y otro hebreo.

“Elevada estoy cual cedro sobre el Líbano y cual ciprés sobre el monte Sion. Me he alzado como una palmera en Cadés; y como un rosal plantado en Jericó. Crecí como un hermoso olivo en los campos, y como el plátano en las plazas junto al agua. Como el cinamomo y el bálsamo aromático despedí fragancia. Como mirra escogida exhalé suave olor; y llené mi habitación de odoríferos perfumes como de estoraque, de gálbano, de ónice, y como de mirra y de incienso virgen; y mi fragancia es como bálsamo sin mezcla”, se lee en el Eclesiastés bíblico (cap. XXIV, 20), según la versión de Torres Amat. 

Hace mucho, yo recogí en una pequeña publicación un conjunto de poemas inéditos que el autor, Manuel Pacheco, había ido entregando a su buena amiga, Isabel Benedicto, ilustre catedrática de Latín en el Instituto pacense Bárbara de Braganza. A aquel librito, en realidad casi una plaquette, forzosamente póstumo, le puse por título El olor de Badajoz (Badajoz, Ayuntamiento, 2002). Sus bellísimos poemas nos evocan los cinamomos florecidos.

Por paranomasia aproximativa, se me viene a la memoria una novela, El frinosomo vino a Babel (Badajoz, Universitas Editorial, 1977), de mi buen amigo Jesús Alviz Arroyo (Acebo, 1946-Cáceres, 1998), excelente escritor, a quien otra pandemia, el SIDA, nos arrebataba en plena madurez cuando seguramente era el más prometedor de nuestros escritores. Le dediqué un capítulo de mi Literatura en Extremadura (Badajoz, Universitas Editorial, t. III, pp. 245-260). 

Comentan que van a traer desde Madrid hasta Badajoz enfermos graves pues, afortunadamente, aquí hay plazas libres en las UCIS y han comenzado a bajar los contagios. Es un principio de solidaridad entre comunidades, que defiendo. El único problema es poner en auténtico peligro montando a personas tan graves sobre raíles tan inseguros como los nuestros, con muchas probabilidades de que se averíe el convoy medicalizado. La Asociación Extremeña de Amigos del Ferrocarril hace lo que pueda para conseguir un AVE, en lugar de esos “trenes de alta indignidad” circulantes por nuestra escasa y anticuadísima red. 

Hace cincuenta años, yo estuve trabajando como peón de Agromán para sustituir las traviesas del tendido desde Mérida a Zafra y ensamblar los raíles de 12 metros para hacerlos de 36 mts. (lo que reducía el traqueteo de los wagones), reparar los pequeños viaductos, etc. Realizábamos las tareas en condiciones penosas, sin guantes, botas de seguridad, elevadoras o grúas, etc. Se producían muchos accidentes de trabajo. Yo escribí al HOY para denunciar la situación y el periódico tuvo a bien enviarnos a un joven plumilla, que sacaría un excelente reportaje. Se llamaba José María Pagador Otero, quien después fue figura relevante de la prensa extremeña (también ha destacado en escritura creativa) y ahora, ya jubilado, dirige on line Propronews.es. Semanas más tarde, yo sufrí una grave lesión de las vértebras lumbares al descargar unos maderos y tuvieron que hospitalizarme. Aquello puso fin a una experiencia como obrero manual, mantenida durante dos largos años. “O lo deja Vd., o corre peligro de verse en silla de ruedas”, me diagnosticó el galeno. Estábamos a principios de los años setenta y me vida dio un giro profundo. Pero that’s a different story, que diría el clásico. 

Salgo con Cintia a la puerta para sumarnos a los aplausos que desde todos los balcones se escuchan a partir de las 20 horas como homenaje al personal sanitario. Suenan también bocinas, altavoces, sonajeros y similares, más o menos ruidosos. Hoy, Viernes de Dolores, evoco unos versos de Luis Chamizo, tomados de su “Semana Santa en Guareña”: 

¡Chacho!, qué jorgorio hay en las tinieblas
en cuanto las últimas candelas s´apagan.
Yo di matracazos
con la mi matraca,
y arrimé silbíos
que naide arrimaba.
Y no era yo solo; que tós los muchachos
jacían lo mesmo metiendo bullanga;
porque mus dijera la señá Colasa∫
qu´hay que meter bulla
pa que los diablillos del Santo se salgan,
porque tienen töavía la querencia
d´hacer perrerías con la gente santa
y atizá zurriagazos al Cristo
qu´en aquellos tiempos le crucificaran.

A ver cómo se echan estos demonios del coronavirus.