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COVID19: Carta a Carlos Díaz - Luis María Salazar

Recibo y leo los textos que vas enviando en estos días de “confitura” (perdón, que era confinamiento). He leído con especial interés el artículo de Enrique Bonete y tu comentario. No tengo solución, pero me atrevo a compartir contigo la reflexión de un niño de diez años.

El Día de la Candelaria comentábamos en la parroquia la frase “entonces agradará al Señor la ofrenda” de su pueblo (Cf. Mal 3,4).

Yo argumentaba desde Hb. que en Israel se ofrecían numerosos sacrificios, pero que ninguno de ellos alcanzaba a Dios porque cada uno ofrecía a Dios “cosas” o a lo sumo “la vida de otros”. Pero Cristo, en la presentación en el Templo y en el conjunto de su vida, no ofrece la sangre de otros sino su propia vida. Habíamos hablado también de Caín y Abel y sus ofrendas, y de pastores y ovejas, y del “cordero de Dios”…

Entonces, un niño de diez años todavía no bautizado, que viene a la reunión con sus padres, afirma: “Ya lo he entendido: Que si el pastor ofrece la vida de la oveja, al Señor no le agrada, pero si la oveja se ofrece a sí misma, al Señor le gusta esa ofrenda”.

Pienso que llevaba razón. Que nadie piense agradar a Dios con la sangre de otro.

Pues eso, que me he acordado leyéndoos y quería compartirlo contigo.

Un abrazo “confitado”.