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COVID19: ¿Doctor, me voy a morir? - Mariano Álvarez Valenzuela

—¿Doctor, me voy a morir?

—Sí.

—Pero hombre, usted, precisamente usted, que es un hombre de ciencia, ¿cómo se atreve sin más ni más, sin hacerme ninguna prueba física, ni siquiera un análisis de sangre o de cualquier otro tipo, a afirmar tan rotundamente que sí?

—Precisamente porque soy un hombre de ciencia; y le digo más: ante su pregunta, la ciencia se queda sin palabras, sólo encuentra la que ya le he dicho, ni una más ni una menos. Y además sepa que tendrá que abonarme el precio establecido por esta visita; así que, si tiene que consultarme algo más, aproveche la ocasión.

—Bueno, ya que se pone así, aprovecho para preguntarle cuándo acontecerá eso que usted me afirma tan rotundamente, y que solo nombrarlo ya me da miedo.

—Bien, aquí ya me puedo alargar un poquito más, pues la ciencia me lo permite; pero para ello he de preguntarle primeramente cuáles son los síntomas que le traen aquí.

—Pues la verdad es que de momento me encuentro bien, pero con todo esto del virus estoy preocupado.

—Me está diciendo que su motivo es la preocupación.

—Sí, doctor, exactamente es eso, estoy preocupado.

—Bien, ya tenemos un síntoma. Observo que este se le manifiesta en el ámbito mental, en el de sus pensamientos.

—Correcto.

—Bueno, no se preocupe, el diagnóstico es leve. Le voy a recetar en principio una medicina que le va a gustar. Usted tiene que cambiar de pensamientos, y para ello nada mejor que busque otras cosas que le gusten y le hagan olvidarse de cuándo va a morir. Si esta terapia no diese resultados tampoco se preocupe en exceso, la ciencia hoy en día avanza que es una barbaridad. Para esa preocupación que a usted le agobia y se le manifiesta en forma de miedo, el hombre de ciencia ha creado un medicamento para poder olvidar de forma selectiva todos los recuerdos negativos y así borrarlos de su mente en cuanto aparezcan. Me estoy refiriendo al fármaco conocido como Gilenya, empleado comúnmente en la esclerosis múltiple. Es un fármaco de la lista de los “amnésicos” y los científicos confían en que será la solución a su problema del miedo. Así que, querido paciente, no se preocupe, que la ciencia tiene la respuesta a esta su segunda pregunta; pero recuerde que a la primera también tiene una respuesta que no admite dudas, cosa que con esta segunda no está tan claro.

—Bueno, doctor, me tranquiliza un poco, pero ¿no habrá algo parecido para la primera pregunta dentro de la ciencia?

—Le voy a ser sincero: no. Y no se le espera. Ya le he dicho al principio que ante ella la ciencia enmudece, se queda sin palabra.

—Entonces, ¿a dónde debo acudir para tener respuesta? Si la ciencia enmudece, ¿quién tiene al menos alguna palabra al respecto?

—Bueno, ya que usted me cae bien, le explicaré. Todo esto que a usted le pasa, ya me ha pasado a mí mismo.

—Cuéntemelo, por favor, aunque tenga que subirme el precio de la consulta.

—Bien, pues en vista de que la ciencia enmudece, me fui a consultarle al hombre de la filosofía.

—Y este hombre de la filosofía ¿tenía alguna palabra para nuestra cuestión?

—¿Cómo que si tenía? Me quedé asombrado: tenía miles, millones, millones de miles. Tantas que salí mareado, casi muerto.

—Bueno, entonces me aconsejará que no le visite, ¿no?

—Pues no.

—¿Por qué?

—Querido paciente, qué sería la vida sin filosofía. Sin filosofía usted no sabría nada de la vida, sería como un pobre animalito.

—¡Pero si ya está la ciencia, que es el soporte de la técnica, que nos proporciona tanto bienestar y progreso!

—¿Ve usted como sí precisa visitar al hombre de la filosofía? Usted se ha creído el bulo de que la ciencia contiene todo el saber que el hombre busca en la vida. No sabe que sin filosofía la ciencia no existiría.

—Bueno, me ha convencido; pero, por favor, no me cuente lo que ha aprendido del hombre de la filosofía, no sea que salga de aquí, además de mareado, también arruinado. ¿Consultó con alguien más para obtener respuesta a nuestra cuestión sobre la muerte?

—Así es. Busqué al hombre de la religión y le dije: Me he pasado toda la vida buscando explicación al misterio de la muerte, la busqué en la ciencia y en la filosofía, dediqué toda mi vida a profundizar en lo más profundo de sus profundidades y no encontré respuesta.

—Esto se pone interesante, ¿qué le contestó el hombre de la religión?

—Me dijo: Hijo, en tu búsqueda has tardado mucho en preguntarme a mí, lo cual te ha llevado a caminar por senderos erróneos, senderos de oscuridad, de sufrimiento, y el miedo siempre te ha rondado. En mí encontrarás la verdad de la vida, esa verdad ante la que la ciencia se queda sin palabra y la filosofía se asfixia en palabras.

—¿Y qué le recetó, doctor?

—Sólo me dijo: despréndete de todo, incluso de ti, y sígueme, que yo te daré mi ciencia, mi filosofía y mi vida, en la que la muerte no tiene lugar.

—Doctor, pero este hombre sí que me arruina, quiere que me desprenda de todo.

—Así es. Esta es la única receta. Usted decide. Pero antes de marcharse, querido paciente, dígame, ¿por casualidad no se llamará usted Nicodemo?

—Sí. ¿Cómo lo ha adivinado, doctor?

—Por pura lógica. La historia siempre se repite.

Y el paciente se marchó entristecido.