COVID19: Lágrimas de cocodrilo son - Carlos Díaz

La Fundación Etnor de Valencia recoge este artículo de Juan Luis Cebrián titulado Un cataclismo previsto donde manifiesta: “En septiembre del año pasado, un informe de Naciones Unidas y el Banco Mundial avisaba del serio peligro de una pandemia que, además de cercenar vidas humanas, destruiría las economías y provocaría un caos social. Llamaba a prepararse para lo peor: una epidemia planetaria de una gripe especialmente letal transmitida por vía respiratoria. Señalaba que un germen patógeno de esas características podía tanto originarse de forma natural como ser diseñado y creado en un laboratorio, a fin de producir un arma biológica. Y hacía un llamamiento a los Estados e instituciones internacionales para que tomaran medidas a fin de conjurar lo que ya se describía como una acechanza cierta. La presidenta del grupo que firmaba el informe, Gro Harlem Brundtland, antigua primera ministra de Noruega y exdirectora de la Organización Mundial de la Salud, denunció que un brote de enfermedad a gran escala era una perspectiva tan alarmante como absolutamente realista y podía encaminarnos hacia el equivalente en el siglo XXI de la “gripe española” de 1918, que mató a cerca de 50 millones de personas. Denunció además que ningún Gobierno estaba preparado para ello, ni había implementado el Reglamento Sanitario Internacional al respecto, aunque todos lo habían aceptado. “No sorprende” —dijo— “que el mundo esté tan mal provisto ante una pandemia de avance rápido transmitida por el aire”.

Tengo fama de hipercrítico pero, si tal cosa no fuera verdad, mis críticos hipocríticos deberían admitir que no comprenden que quienes causan las crisis se ponen el mundo por montera, hacen un brindis al sol, y culpabilizan con chulería a todo lo que se mueve.

¿Te los imaginas trabajando a pie de muerto sin mascarilla siquiera, lavando el culo a los viejos infectados? ¿Quieres saber cómo va a quedar el campo de batalla después de esta bomba atómica? Preguntádselo a ellos, pues serán los únicos que queden para contarlo. Ellos son los paparazzis que toman la foto mientras los pobres dejan de respirar; con suerte, les cae encima algún premio Pulitzer.

Juan Luis Cebrián es miembro de un holding del que su diario El País forma parte de forma prominente. En ese holding se sabe todo lo ocurrido y por ocurrir. Dominan la información y el poder. Son la voz planetaria del planeta Tierra y satélites del dinero mundial. ¿Que cuáles medidas van a tomar ellos para que la humanidad no salga del toril bufando más y con más baba? Pues preguntádselo a ellos, que son toreros habilísimos en hacer el don Tancredo. ¿Qué cuándo van a dar parte de sus reales de vellón para paliar el llanto y el crujir de dientes de quienes más están sufriendo? Eso lo sabe todo el mundo: el año que viere si Dios quiere.

Ahora bien, aunque saben tanto, no se dan por aludidos de la magnitud del desastre ecológico, de la dantesca disimetría entre pobres y ricos, y mucho menos aún de que son los catcherall responsables directos, primeros y máximos del mal en el mundo. Sinceramente, son diabólicos porque encienden, alimentan y avivan el fuego del infierno desde sus mansiones, sus yates, su robótica y los códigos de ética por ellos mismos también elaborados y forrados con la piel de los empobrecidos.

¿Reformas sociales o políticas? Volver a la dulce democracia capitalista, repensar acuciosa y detenidamente el desempleo, y a seguir en el machito de la prensa viral. Viva don Juan Luis Cebrián Primero el Rey Sabio, el académico de la lengua, tan puro, tan virginal. Quizá es que soy muy pronto a la ira y muy lento a la misericordia, pero la hipocresía moral me lleva al vómito.