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Nos podemos fiar. Tenemos a quién seguir – Francisco Cano

4. Pascua 2021 B Jn 10,11-18

Necesitamos acompañantes en el camino de la vida que ayuden a discernir (Pastores). Vivimos inmersos en una muchedumbre solitaria (lonely crowd).

Estamos celebrando la decisión libre y generosa de la entrega de Jesús, celebración de la Vida que brota del amor y la fidelidad. Seguimos a Jesús, muerto y resucitado, único Pastor, pero para hacer este seguimiento son necesarios acompañantes, guías lúcidos e ilustrados.

Jesús nos muestra, primero con su persona y con su palabra, la identidad de los buenos pastores: dan la vida por sus ovejas.

Hemos pasado de “confesor”, de “padre espiritual”, de “director espiritual”, a “maestros” en todo, lo que pone de manifiesto que necesitamos “referentes” en todos los campos de la vida humana.

En los momentos actuales de pandemia-de prueba- debemos manifestar nuestra fe vigorosa en el camino dificultoso actual, que lleva a Cristo a través de la paciencia en los trabajos, sabiendo que Dios sufre con nostros, “non potest pati, sed compati”, no padece, pero puede com-padecer. Podemos manifestar nuestra furia a Dios, contra Dios, pero le hablo a Él, y en ello hay una profesión de fe en Dios. Porque cuando se cree en Dios se le puede decir todo. ¿Cómo vamos a profesar que Jesús es el Buen Pastor que da su vida por las ovejas cuando nos estamos muriendo y sufriendo por el mal? Sí, el mundo es demasiado malo para ser obra de Dios, pero también demasiado bueno para ser obra del azar. ¿Acaso la falta de fe es capaz de consolar mejor el dolor inocente, incomprensible y absurdo? Dios ni mata ni cura; pero sí nos ha dado inteligencia para luchar contra el Covid y los demás males que afligen a la humanidad. Esto es ser pastor hoy. Ahí están miles de personas que han dado la vida por cuidar a los demás. El Espíritu ha derramado su amor en nuestros corazones para que, en su nombre y con su fuerza, acompañemos al prójimo sufriente.

Se nos habían subido los humos a la cabeza, y puede ser que lo peor de todo sea que no hayamos aprendido nada de la experiencia vivida. Esta pandemia nos avisa de que es preciso cambiar el modo de vivir y abrir la senda a un mundo mejor. Empecemos por crear vínculos profundos y duraderos, espacios en los que la persona sea acogida, reconocida y escuchada. La gente paga para encontrar a uno que les escuche. Tenemos que potenciar el acompañamiento. Hay inquietudes que necesitan ser escuchadas, porque la comunicación real, vis a vis, es la única sanadora y que puede terminar en una comunidad de acogida.

Acoger significa, en primer lugar, amar. Y en segundo lugar escuchar, dejar que se explaye a su gusto, porque necesitamos todos y en todas las edades, personas que nos acompañen en el camino de la vida. La falta de guías, y la no búsqueda de los mismos, nos ha llevado a la situación actual: jóvenes desorientados, sin referentes, adultos sin criterio de discernimiento en las situaciones de la vida, complejas y difíciles. Vivimos en un mar de confusión y con muchos maestros que proponen caminos que no son los de Jesús. Pues bien, si no hay guías, pastores que acompañen y orienten y protejan, el rebaño se pierde, se desorienta, se extravía y se precipita en la ruina y en la descomposición.

Si faltan pastores y los que se dicen tales no tienen las ideas claras de lo que tienen que hacer, de lo que tienen que enseñar, ¿a dónde va la Iglesia con pastores y laicos así? A no cumplir con su tarea. De ahí su falta de reconocimiento y de influjo en la sociedad. No llegan a la gente, no entran en sus problemas, no iluminan con una palabra lúcida lo que está pasando, y ahí puede estar la razón por la que perdemos credibilidad, autoridad y presencia. Esta es la realidad presente en la Iglesia y en la sociedad hoy (salvo excepciones). Estamos viviendo una tragedia, y aquí parece que nadie se da cuenta. Las ideologías, la política partidista, la información mentirosa, la formación en valores desaparecida, algunos medios de comunicación que se han convertido, para muchos, en la única fuente de información, no de formación, desconociendo que no están al servicio de la verdad y del bien común.

No estamos para declaraciones dogmáticas y cerradas, pero hay muchos que, en los momentos actuales, no tienen ninguna espiritualidad, ni sienten necesidad de ella, pretendiendo sobrevivir en esta locura global que no controlamos, que es la pandemia, y cada uno se busca su salida; ahí están la magia, los horóscopos, la diosa fortuna. Otros no buscan espiritualidades fuertes, y pocos son los que buscan a Jesús como maestro de espiritualidad que pasa por la muerte en cruz y nos asegura Vida con mayúscula. Jesús no es una ideología que ha pasado de moda, sino una vida y una espiritualidad de hoy. En el seguimiento, Jesús lo que hace es ponerse delante del rebaño, y marca los caminos con ritmo propio, y los cristianos nos fiamos de sus decisiones, nos dejamos marcar por Jesús, Buen Pastor. Y por esto surge hoy la necesidad, en no pocos, de acompañantes que les ayuden a orientarse en el despiste generalizado en el que vivimos, que provoca falta de horizontes. El vacío es grande, y el momento es apasionante, porque se busca, aunque parezca lo contrario, personas que aporten luz, alegría, esperanza, personas íntegras, no ideologizadas, que nos ayuden a descubrir el don y la alegría de la vida en el silencio de la oración. Se busca personas y comunidades cálidas, acogedoras, místicas, críticas e ilustradas que sean testigos de la misericordia de Dios, con acogida entrañable. Desde este acompañamiento, la Iglesia recuperará su puesto imprescindible en la sociedad, ganará en credibilidad y autoridad (ayuda a crecer) y en presencia significativa y eficaz.

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