Crisis – Mariano Álvarez Valenzuela

Hoy en día esta palabra está de moda, ocupa todos los medios de comunicación y aún más, ocupa el sentimiento generalizado de todas las personas a excepción de aquellas que no la pueden percibir precisamente por ser para ellas su estado de normalidad. Supongo que no preciso extenderme en explicaciones al respecto para justificar esta afirmación, basta con solo asomarse a las estadísticas sobre la situación mundial en aspectos tan críticos como las muertes por hambre en el mundo cada año (es muy fácil acceder a estos datos y sus fuentes). ¿Estos millones de personas perciben la crisis de la que hablan los medios de comunicación?, es más ¿Perciben la situación de su crisis cuando no han vivido más que en esa situación desde que nacieron a la vida?

Solamente los poderosos, los fuertes, y los medio poderosos y medio fuertes, es decir los no débiles, los no marginados, son los que experimentan estas crisis y es por ello que deberíamos preguntarnos los que sí la percibimos: “¿Por qué ellos no y nosotros sí?”. Muy elemental la respuesta, ¡porque estamos vacunados!, es más nuestro sistema inmune nos ha inmunizado cuando realmente deberíamos decir nos ha in-humanizado.

La palabra “crisis” actúa en nosotros, en los que la percibimos, con un efecto secundario, el de un mecanismo psicológico de compensación creándonos una ilusión, nos hace creer que tenemos estados temporales de normalidad. Pura ilusión, vanidad de vanidades.

Los in-humanizados auto-inmunizados, en este estado de crisis esperamos que el progreso nos acabe sacando de esta situación, nos creamos una falsa esperanza pues a pesar de tanto progreso no hemos aprendido nada de la vida. La historia del hombre desde sus inicios hasta nuestros días es precisamente la narración de estas crisis, que recomienzan sin solución de discontinuidad bajo formas diversas. La historia de la normalidad, aparte de ser una utopía sería puro tedio, nadie se interesaría por ella. El hombre al nacer tiene frente a sí la crisis de su existencia que a cada instante le amenaza de muerte. Si no fuese así no existiría la palabra progreso, pues esta palabra representa su necesidad imperativa de vivir, no ya en una normalidad que desconoce porque el hombre siempre precisa de más, no tiene límite en nada, el límite siempre acaba por asfixiarle.

Las crisis narradas por la historia son como accidentes en el trayecto existencial del hombre a través del tiempo que a su vez es mucho más que tiempo, es tiempo vivido, que es la encarnación del tiempo, tiempo que siente y que sufre, tiempo que vive y que muere y que al igual que el propio hombre que reclama la resurrección y se resiste a morir, no se conforma con dejar de ser, a diferencia del tiempo de la ciencia que es el tiempo de las cosas, de las cosas inertes. Por eso cuando el hombre, la persona, se cosifica, muere matándose en vida y como ser relacional en su más pura y profunda realidad nunca muere solo. Su vida sufre la mayor de las crisis al querer darle el estatus de normalidad, extendiendo dicho estatus a las instituciones por las que acabará rigiendo los destinos colectivos. Las crisis al normalizarlas se institucionalizan y viceversa, con lo que el estado de crisis se esfuma, no es que desaparezca, se camufla tras una cortina de normalidad ficticia. Acaso no hemos institucionalizado y normalizado (y normativizado) la cultura de la muerte. Acaso con la verdad no la hemos tenido que sustituir por el consenso, porque molestaba. La verdad nos descentra, nunca mejor dicho, pues al descentrarnos perdemos el control de nuestro “yo” que era nuestro centro neurálgico, nuestro universo. La verdad nos obliga a salir de nosotros mismo. La Verdad es la causante de la mayor de las crisis, ya no es una crisis producida por el propio hombre y esto precisamente es lo que más le irrita y entonces qué hace, institucionalizar su verdad que por supuesto ya no es la Verdad.

Espero se entienda lo que estoy diciendo al afirmar que la Verdad es la causa de la mayor de las crisis del hombre, sin crisis no hay regeneración posible y esto hablando solo en términos evolutivos, pero a su vez es oportunidad de una nueva vida que ascienda no hacia la normalidad que desembocó en crisis y que ya quedó en el pasado, para dar a luz a la novedad que rompe toda normalidad pretérita. La Verdad representa siempre la oportunidad para renacer y cuando esta novedad la abandona como su fundamento, acabará reapareciendo nuevamente el estado de crisis.

En este punto he de citar un acontecimiento históricamente reciente en la historia de la humanidad. Este acontecimiento surgió a principios del siglo pasado con el denominado programa Hilbertiano que finalizó con la llamada crisis de la razón ya que fue el propio hombre de ciencia quien en búsqueda de la verdad, de la verdad científica, objetiva, concreta, para que todos pudiésemos tenerla de referencia y así evitar conflictos y crisis de cualquier tipo, demostró de forma irrefutable que el fundamento que valida la verdad de todo sistema racional formal, jamás estará contenido en dicho sistema. Desde un punto de vista psicológico este intento nos evidencia otra crisis, la crisis que reside en lo más profundo del hombre, sus ansias de poseer, su egolatría, este hombre (que somos todos, en mayor o menor medida), quiere estar por encima de la Verdad y lo quiere con argumentos científicos irrefutables ya que se cree hijo de su razón, es el hombre que absolutiza el principio cartesiano del “pienso, luego existo”.

Esto aconteció en el reino del saber científico, el de las matemáticas, el reino de mayor rango de la razón, razón que da carácter de realidad a la realidad, pues toda manifestación material de la misma siempre ha de ser corroborada por ella y que dio lugar a una nueva crisis, la ya citada crisis de la razón, que culminó en una crisis integral del hombre, dando lugar a su vez a un nuevo paradigma existencial, muchas veces olvidado por el hombre tanto de ciencia como el de no ciencia.

Este paradigma es el del pragmatismo relativista en el que la verdad ya es relativa. Deja de ser VERDAD con mayúsculas de principio a fin, para ser otra cosa llamada vulgarmente verdad, en la que se abre la puerta a la irrealidad, a la fantasía, a las ensoñaciones bajo pretexto de liberarnos de nuevas crisis y sin caer en la cuenta de que estamos normalizando nuestro estado de crisis.

La realidad humana abre la puerta a la realidad post-humana que se fundamenta en la cultura de la denominada era de la post-verdad, que impregna todo el quehacer humano, o mejor dicho post-humano, para seguir el hilo del razonamiento. Toda su praxis será expresión de su razón cosificada, los recursos, el tiempo y su finalidad estarán al servicio de su nueva realidad también cosificada y que en este caso es más virtual y ficticia que real y ello en un intento de desnaturalización de su verdadera naturaleza (la de la persona). ¿Cuántas crisis se podrían evitar si todos esos recursos fuesen invertidos en paliar las verdaderas crisis?, tema interesante de analizar y que dejaría con la boca abierta a todo aquél que someramente lo intentase.

Eliminada la verdad objetiva, la verdad científica, solo nos queda la verdad subjetiva, esa verdad en la que ya no buscamos el acuerdo del sujeto con el objeto; por el contrario buscamos el acuerdo del sujeto consigo mismo y como se supone que no nos vamos a mentir, sustituimos el criterio de veracidad por el de sinceridad, es decir, el que validará nuestra verdad interior y así ya dejará de estar fuera de nosotros, ya podremos manipularla, ya somos su propietario, eso sí, siendo sinceros con nosotros mismos y no mintiéndonos. El lenguaje popular ha corroborado esta actitud con la frase archiconocida de “cada uno tiene su verdad”, pero, aunque todavía circula con cierta frecuencia, en su recorrido ha tenido un pequeño tropiezo. Esta verdad subjetiva acaba produciendo conflictos con nuestros semejantes y pronto hemos tenido que sustituir la sinceridad como criterio de validación por el del acuerdo, al que finalmente denominamos por tolerancia y así evitamos conflictos y crisis mayores.

La verdad en esta nueva dinámica se va relativizando cada vez más, y como ninguna realidad cosificada escapa al segundo principio de la termodinámica, hace su aparición la entropía en la verdad, haciéndola cada vez es más débil, es decir menos verdad y por lo tanto más mentira.

Este proceso que parece algo trivial, es de suma importancia en la vida cotidiana de las personas, de la sociedad y de las instituciones, es decir en el orden existencial que gobierna el mundo. Esta verdad al flaquear cada vez más precisa de más leyes que cubran los agujeros que va dejando al descubierto y que son creadores de nuevos conflictos y de nuevas crisis. Ni la sinceridad ni el consenso ni el acuerdo ponen orden en el mundo, en el mundo en el que la VERDAD desapareció por voluntad propia del hombre. El aborto, la homosexualidad, la eutanasia, así como todos los asuntos tratados en los tribunales de justicia ordinarios y extraordinarios… quedan siempre abiertos a la interpretación del que tiene el poder, el poder judicial en primera instancia y esto a lo mejor sería tolerable si no existiesen más poderes, pues cada poder, y son muchos, sigue este mismo camino, le sucede lo mismo que al hombre particular, que cada poder tiene su verdad y ya finalmente una verdad cambiante según las circunstancias hasta el punto de admitir la contradicción como verdad. Asómese al poder político y encontrará contradicciones que ya no generan crisis pues más parece que sea este su estado de normalidad dando lugar a sociedades anestesiadas frente a la Verdad.

La pregunta que finalmente nos hacemos es: ¿Existe en el mundo actual alguna institución ligada a la VERDAD? ¿Existe algún germen que regenere este mundo y le libre de crisis? ¿Existirá fe en la VERDAD en este mundo cuando venga el Hijo del hombre?